La “edad ganada” se opone con valentía al marbete de esa “generación perdida”

Daniel García-Donoso reseña una novela de Mar Gómez Glez (España)

Mar Gómez Glez. La edad ganada. Barcelona: Caballo de Troya, 2015. [*]

61RbAc3sEVLLa edad ganada de Mar Gómez Glez se abre con una escena significativa: un bebé que observa divertido cómo un ser querido, quizás la madre, juguetea contando los dedos de sus pies. La idea doble del contar (como ‘narrar’ y ‘computar’) mezclada con el azar del juego sintetiza perfectamente la más reciente propuesta narrativa de la escritora madrileña. Esta imagen ofrece, como la rayuela de Cortázar, una constatación de la libertad del lector, una invitación a jugar con la lectura como quien juega con los deditos de un niño, a saltar entre los distintos y heterogéneos capítulos de esta novela, los cuales pueden ser asimismo leídos como una sucesión cronológica de presentes que actualizan a través del tamiz de la memoria las experiencias del pasado de un personaje femenino anónimo desde su más tierna infancia hasta llegar a los treinta años.

La edad ganada anuncia desde el título una victoria, lo que presupone una batalla o un conjunto de batallas que jalonan la historia inacabada de transformación, crecimiento y superación de la protagonista. A través de los ojos de ésta, el lector será testigo de un nacimiento a la conciencia que es también una progresiva toma de conciencia sobre el mundo y la circunstancia que le ha tocado vivir a una mujer de clase media nacida en España con la llegada de la democracia. No puede el lector evitar la tentación de recrearse en la potencialidad semántica del magnífico título escogido por Mar Gómez Glez para su última obra de ficción. En el contexto de su publicación, estas tres palabras parecen ir destinadas a conjurar agoreras etiquetas como la “generación perdida” o “generación ni-ni” con que se ha lastrado a un sinnúmero de jóvenes sumidos actualmente en una profundísima crisis individual y colectiva cuyas consecuencias últimas no terminan aún de vislumbrarse. La “edad ganada” se opone con valentía al marbete de esa “generación perdida” tras verse desprovista de la capacidad de generar un relato fundacional en contraposición al relato hegemónico y triunfalista de la Transición, tal y como se ha venido concibiendo esta desde la revisión del llamado concepto CT (Cultura de la Transición).

No existe en el texto de Gómez Glez un trasfondo histórico de grandes eventos transformativos de la sociedad que trascienda el valor diegético de lo allí narrado. Y si bien los personajes de la ficción duplican ciertos acontecimientos históricos, como la “cuestión del muro” [65] que la narradora y sus amigas se aventuran a saltar), lo cierto es que el ruido de la historia se percibe en la misma distancia que ese “sonido lejano del mar de tráfico” (66) que escucha la protagonista desde su lugar de juegos. Esto no quiere decir, sin embargo, que no se elabore una reflexión sobre el pasado a través de la memoria, que actúa sobre aquél tornándolo presente. Puede decirse que La edad ganada es una obra de memoria, pero que atina precisamente al no caer en cierta auto-complacencia de la que suele adolecer parte de la llamada “ficción de la memoria” en su ocasional regodeo nostálgico por medio de una retórica y un lenguaje que comodifican y mercantilizan la experiencia. La edad ganada rehúye ese fácil recurso a la conversión de objetos o marcas del pasado en fetiches del pretérito, y los “babis” o la “plastilina” de la infancia están desprovistos de esa previsible pátina amarillenta de la fotografía antigua para convertirse en algo que rebasa la melancolía fácil.

Imitando los imprevisibles mecanismos de la memoria, los episodios narran en un heterogéneo orden cronológico una sucesión de luchas con la realidad que tienen que ver con el aprendizaje y la rebelión contra diversas formas de autoridad que son, en cierta medida también, emblemas de la modernidad: la profesora Encarnita, que monta en clase un verdadero auto de fe para acusar a la protagonista de calcar un dibujo; la psicóloga a la que acude la protagonista porque su madre teme que quiera ser un chico; o el vicerrector de la universidad, que desea aprovecharse de su relación con la protagonista, ahora convertida en doctoranda. La novela se divide en dos partes informadas por un espíritu distinto que no oculta la estructura de progresión. En la primera parte destaca el énfasis en la fantasía, la imaginación, el juego y la simulación no como simples mecanismos de escape, sino como filtros enriquecedores de una realidad que se antoja reduccionista y opresiva (los diálogos fabulosos entre la niña y su mascota de peluche, episodio de la transformación en hongo, los juegos en el parque del barrio, o la relación de la protagonista con un perro enorme); en la segunda aparece con más decisión el mundo del arte en forma de exposiciones, performances o la propia labor como crítica literaria de la protagonista, que acompaña a una realidad que se muestra ahora mucho más cruda y violenta: los desengaños amorosos, el maltrato convertido en espectáculo mediático, el abuso de autoridad en las relaciones institucionales del mundo universitario.

Es posible rastrear en la obra de Mar Gómez Glez las voces (nunca impositivas, siempre alumbradoras) de Laforet, Rodoreda o Martín Gaite en esa continua búsqueda del diálogo con la aventura de la extrañeza, el abrazo de las subjetividades múltiples y, sobre todo, la persecución de una imagen-símbolo (el pegote de plastilina marrón, las manchas de los primeros periodos, la prótesis ocular del abuelo) que destila cierta predilección por la figuración surrealista y la mirada cinematográfica. Se puede asimismo entrever en La edad ganada un homenaje a la imaginación y lo fantástico (Kafka, la propia Martín Gaite o Aub), presente en los episodios de la transmutación de la protagonista en un hongo o la llegada, en el último instante de la narración, de un cambio de era, simbolizado por una inquietante imagen que recuerda al Buñuel de Un perro andaluz o, más recientemente, a la imagen final de Melancholia de von Trier. Esta imagen será la consecución de un sentido de optimismo radical que se presagia desde el título, una victoria que apunta a un cambio en las reglas del juego y al triunfo de lo extraordinario en el mundo cotidiano.

En conclusión, la de Gómez Glez en La edad ganada es una escritura de infatigable curiosidad, que incita al lector a descubrir una intimidad con la que es posible identificarse más allá de convenciones generacionales; y también una escritura independiente, por su valentía a la hora de acometer temas complicados sin complejos, de manera directa y siempre de forma original.

Daniel García-Donoso (Córdoba, 1982) enseña literatura y cultura españolas en The Catholic University of America. Su investigación se centra en el estudio de las relaciones entre religión y cultura en el mundo contemporáneo, y también trabaja con conceptos como la memoria o la ciudad aplicados a la cultura.

[*] Una versión de este texto fue leída en la presentación de la novela en la Librería Pórtico, Washington, DC, el 17 de junio de 2015.

10389998_10153989625349148_8761075378636826345_n
Mar Gómez Glez y Prof. Daniel García-Donoso, en un momento de la presentación de «La edad ganada» en Washington DC, 2015

Deja una respuesta